Isaac Ness
En un ático del XVIº distrito de París, un hombre de avanzada edad miraba por la ventana, apoyado en un bastón, cómo la lluvia golpeaba el cristal. Detrás de él, en silencio, Isaac Ness lo observaba con gesto serio. Aunque su rostro no mostraba ninguna emoción en particular, sus inquietos ojos azules traicionaban el nerviosismo que sentía en presencia de su superior. Este último por fin volvió la mirada hacia el interior. Con ayuda del bastón se acercó a una butaca y se sentó justo enfrente de su subordinado. Los separaba una mesa baja de cristal en la que Ness depositó una carpeta que sacó de su maletín. M. Sébastien de Mailly-Nesle ignoró la carpeta y plantó sus ojos fríos en los del Sr. Ness.
“—Isaac —dijo. Su voz era profunda e imponente, sorprendentemente fuerte para su edad—. Ya sabes lo que hay en juego. Si te pago para llevar mis asuntos es precisamente por tu habilidad para resolver este tipo de situaciones. Confío en que la próxima vez que hablemos de este tema me estés entregando el elixir.
—Por supuesto señor, delo por hecho. —Ness no conseguía esconder por completo su inquietud—. Necesito que firme unos documentos sobre la operación Deméter, el asunto de Etiopía, y también sobre la última adquisición en La Défense.
Abrió la carpeta y puso sobre la mesa unos documentos repletos de sellos y firmas que M. de Mailly-Nesle leyó atentamente y firmó uno por uno. Acto seguido, Isaac Ness los recogió, los guardó en la carpeta y se levantó.
—¿Algo más? —se limitó a preguntar el otro, aún sentado.
—No señor, es todo.
No perdieron tiempo en despedidas formales y el anciano no se dignó siquiera a darle la mano. Terminada ya la visita, el subordinado abandonó la habitación cerrando la puerta tras de sí.
“—Isaac —dijo. Su voz era profunda e imponente, sorprendentemente fuerte para su edad—. Ya sabes lo que hay en juego. Si te pago para llevar mis asuntos es precisamente por tu habilidad para resolver este tipo de situaciones. Confío en que la próxima vez que hablemos de este tema me estés entregando el elixir.
—Por supuesto señor, delo por hecho. —Ness no conseguía esconder por completo su inquietud—. Necesito que firme unos documentos sobre la operación Deméter, el asunto de Etiopía, y también sobre la última adquisición en La Défense.
Abrió la carpeta y puso sobre la mesa unos documentos repletos de sellos y firmas que M. de Mailly-Nesle leyó atentamente y firmó uno por uno. Acto seguido, Isaac Ness los recogió, los guardó en la carpeta y se levantó.
—¿Algo más? —se limitó a preguntar el otro, aún sentado.
—No señor, es todo.
No perdieron tiempo en despedidas formales y el anciano no se dignó siquiera a darle la mano. Terminada ya la visita, el subordinado abandonó la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Marc miró a través del cristal de la sala de interrogatorios. Al otro lado había un hombre sentado en un extremo de la mesa esposado a la misma. Miraba al frente con expresión imperturbable. Era de complexión atlética, con pelo corto y sin barba. Una mirada atenta, sin embargo, permitía apreciar ciertos detalles que revelaban su verdadera naturaleza. Tenía unos rasgos muy comunes, no debía llamar mucho la atención. A Marc no se le escapó la tensión que ocultaba una postura aparentemente relajada; como un león listo para saltar sobre su presa a la menor oportunidad. También se fijó en la falta absoluta de miedo en su expresión neutra; sin duda no era la primera vez que se veía en una situación semejante.
Alguien abrió la puerta de la sala de observación y Marc se sobresaltó.
—Buenos días —dijo un hombre con marcado acento escocés— soy el comandante Reid. Bienvenido a Escocia —añadió con una sonrisa escéptica.
Marc le dio la mano y se presentó también.
—Cuánto lleva aquí? —preguntó señalando al otro lado del cristal.
—Lo capturamos anoche tratando de introducirse en un complejo secreto de máxima seguridad y desde entonces hemos intentado interrogarlo varias veces, sin resultado. Se encogió de hombros. No sé qué tipo de entrenamiento ha recibido pero es muy bueno. En su celda tampoco ha hecho nada a parte de mirar al frente así. —Señaló con la barbilla al detenido.
—Quiero entrar —respondió Bolodnikov.
Reid se encogió de hombros otra vez y le señaló la puerta de acceso a la sala de interrogatorios. Marc respiró hondo y abrió la puerta. Resultaba evidente que el comandante se sentía incómodo por tener a aquél hombre en su custodia.
Alguien abrió la puerta de la sala de observación y Marc se sobresaltó.
—Buenos días —dijo un hombre con marcado acento escocés— soy el comandante Reid. Bienvenido a Escocia —añadió con una sonrisa escéptica.
Marc le dio la mano y se presentó también.
—Cuánto lleva aquí? —preguntó señalando al otro lado del cristal.
—Lo capturamos anoche tratando de introducirse en un complejo secreto de máxima seguridad y desde entonces hemos intentado interrogarlo varias veces, sin resultado. Se encogió de hombros. No sé qué tipo de entrenamiento ha recibido pero es muy bueno. En su celda tampoco ha hecho nada a parte de mirar al frente así. —Señaló con la barbilla al detenido.
—Quiero entrar —respondió Bolodnikov.
Reid se encogió de hombros otra vez y le señaló la puerta de acceso a la sala de interrogatorios. Marc respiró hondo y abrió la puerta. Resultaba evidente que el comandante se sentía incómodo por tener a aquél hombre en su custodia.
Ray García se encontraba en su cocina sorbiendo con fruición un café americano. Tenía en sus manos un iPad en el que leía las últimas noticias. Se trataba de un diario que recopilaba sucesos extraños. Una singular afición que se añadía a la lista de excentricidades que conformaban el atípico carácter de Ray. Le gustaban las historias de misterio. Pero no cualquiera, sino las que ocurrían de verdad; leía a menudo relatos truculentos sobre asesinatos sin resolver por todo el país, o sobre famosos asesinos en serie de todo el mundo. Siempre había pensado que de no haberse dedicado a la historia, habría estudiado psicología o criminología. Sentía cierta fascinación por aquellas mentes perturbadas.
De pronto un artículo atrajo su atención. Justo cuando iba a llamarla, Valentina entró por la puerta.
“—¿Que te pasa? —rió ella—. Ni que hubieras visto un fantasma.
Su novio palideció y levantó la vista del artículo.
—Ray, ¿estás bien?
Se acercó a él y le puso una mano en el hombro. Entonces vio la foto en la pantalla y frunció el ceño.
—¿Ese no era uno de tus amigos?
—Sí, es Nicholas. —Ray no daba crédito a sus ojos.
Valentina hizo un esfuerzo por recordar.
—De la expedición de Florida, ¿no?”
Era un artículo muy corto y lo leyó en voz alta. Decía que habían hallado a aquél hombre muerto en su domicilio y que el asesino había huido tras una pelea con un agente. Al final, la policía instaba a que cualquiera que pudiera aportar algún dato se pusiera en contacto con ellos.
“—¡Tengo que llamar inmediatamente a la policía! —exclamó Ray.
—Espera. —Valentina lo asió del brazo e intentó que se sentara de nuevo—. Podría ser peligroso, Ray. No sabes qué ha pasado, podrían ir a por tí si dices algo. ¿Y si la policía está implicada? Ya sabes que no me fío de esa panda de corruptos. ¿Quién sabe lo que pretenden en realidad?
—¿Y qué sugieres que hagamos, entonces? ¡No podemos quedarnos de brazos cruzados!
Él estaba cada vez más alterado y Valentina dudó un instante. Trazó un plan a la velocidad del rayo y contestó:
—Deja que llame a mi primo de San Francisco, él tiene contactos y puede indagar. A ver que encuentra. Tú tranquilízate y déjamelo a mi.
Mientras él desaparecía por la puerta de la cocina, Valentina cogió su móvil y se dirigió a la entrada.
—Voy a salir afuera que hay mejor cobertura.”
Ray no contestó, había entrado en el cuarto de baño y ya se oía el agua de la ducha.
Una vez fuera del edificio, Valentina llamó a su jefe. La voz fría y cortante del Sr. Ness sonó al otro lado del teléfono:
“—¿Que ha pasado?
—Señor, Ray se acaba de enterar de la muerte de Simmons y…
—¿Supondrá una molestia? —la interrumpió el otro.
—Eh… sí señor —ella dudó un instante—, creo que quiere hablar con la policía. Le he dicho…
—Eso es intolerable —la cortó él de nuevo—, me encargaré del asunto. Usted evite que cometa ninguna estupidez.
Justo antes de colgar, añadió:
—Yo me ocupo del resto, srta. Agresti.”
Valentina se quedó un rato más fuera, pensando. Conocía a su novio y sabía que la única forma de distraerlo de aquél asunto sería que le ocurriese algo a su familia más cercana. Enseguida se dió cuenta de que muy probablemente el Sr. Ness habría llegado a la misma conclusión. ¿Qué estaría planeando? No le cabía duda de que, fuera lo que fuese, sería mortalmente eficaz. Como todo aquello que hacía Ness.
De pronto un artículo atrajo su atención. Justo cuando iba a llamarla, Valentina entró por la puerta.
“—¿Que te pasa? —rió ella—. Ni que hubieras visto un fantasma.
Su novio palideció y levantó la vista del artículo.
—Ray, ¿estás bien?
Se acercó a él y le puso una mano en el hombro. Entonces vio la foto en la pantalla y frunció el ceño.
—¿Ese no era uno de tus amigos?
—Sí, es Nicholas. —Ray no daba crédito a sus ojos.
Valentina hizo un esfuerzo por recordar.
—De la expedición de Florida, ¿no?”
Era un artículo muy corto y lo leyó en voz alta. Decía que habían hallado a aquél hombre muerto en su domicilio y que el asesino había huido tras una pelea con un agente. Al final, la policía instaba a que cualquiera que pudiera aportar algún dato se pusiera en contacto con ellos.
“—¡Tengo que llamar inmediatamente a la policía! —exclamó Ray.
—Espera. —Valentina lo asió del brazo e intentó que se sentara de nuevo—. Podría ser peligroso, Ray. No sabes qué ha pasado, podrían ir a por tí si dices algo. ¿Y si la policía está implicada? Ya sabes que no me fío de esa panda de corruptos. ¿Quién sabe lo que pretenden en realidad?
—¿Y qué sugieres que hagamos, entonces? ¡No podemos quedarnos de brazos cruzados!
Él estaba cada vez más alterado y Valentina dudó un instante. Trazó un plan a la velocidad del rayo y contestó:
—Deja que llame a mi primo de San Francisco, él tiene contactos y puede indagar. A ver que encuentra. Tú tranquilízate y déjamelo a mi.
Mientras él desaparecía por la puerta de la cocina, Valentina cogió su móvil y se dirigió a la entrada.
—Voy a salir afuera que hay mejor cobertura.”
Ray no contestó, había entrado en el cuarto de baño y ya se oía el agua de la ducha.
Una vez fuera del edificio, Valentina llamó a su jefe. La voz fría y cortante del Sr. Ness sonó al otro lado del teléfono:
“—¿Que ha pasado?
—Señor, Ray se acaba de enterar de la muerte de Simmons y…
—¿Supondrá una molestia? —la interrumpió el otro.
—Eh… sí señor —ella dudó un instante—, creo que quiere hablar con la policía. Le he dicho…
—Eso es intolerable —la cortó él de nuevo—, me encargaré del asunto. Usted evite que cometa ninguna estupidez.
Justo antes de colgar, añadió:
—Yo me ocupo del resto, srta. Agresti.”
Valentina se quedó un rato más fuera, pensando. Conocía a su novio y sabía que la única forma de distraerlo de aquél asunto sería que le ocurriese algo a su familia más cercana. Enseguida se dió cuenta de que muy probablemente el Sr. Ness habría llegado a la misma conclusión. ¿Qué estaría planeando? No le cabía duda de que, fuera lo que fuese, sería mortalmente eficaz. Como todo aquello que hacía Ness.
Nada más entrar en la sala de interrogatorios, Marc tuvo el presentimiento de que acababa de encontrar al hombre que buscaba. Aunque no reaccionó de inmediato, en cuanto entró en su campo de visión, Marc notó como su mirada se clavaba en él. ¡Lo había reconocido! El detective fingió no darse cuenta y se sentó tranquilamente en su extremo de la mesa. Empezó a hablar y a hacer preguntas pero el otro no parecía tener intención alguna de contestar. Más bien seguía observándolo en silencio con una intensidad en la mirada que terminó por exasperar a Marc.
“—¡Que te estoy hablando! —perdió los nervios—. Por si no te has dado cuenta, estás en un buen lío y yo en tu lugar empezaría a hablar cagando leches. Porque…
Lo interrumpió una carcajada del detenido, y las palabras que pronunció a continuación lo dejaron helado.
—No tienes ni idea de lo que está pasando, ¿verdad?”
Era esa voz, exactamente la misma que le había ordenado que no se moviera apenas unos meses antes en aquél apartamento de San Francisco...
De repente la puerta se abrió y entró un hombre vestido de militar. No muy alto, bien afeitado, a pesar de su aparente juventud, inspiraba tanta autoridad que Marc no tuvo duda de que era quién mandaba ahí dentro. Se quedó sentado sin poder creer lo que vino a continuación: el recién llegado se encaminó hacia el interrogado y sin mediar palabra le quitó las esposas. Marc se levantó, incrédulo.
“—¿Quién es usted —preguntó— y que está haciendo?
El militar se giró y clavó en él una mirada fría.
—Soy el que manda aquí, y este hombre es libre de irse.”
Con estas palabras, y ante un Marc anonadado, escoltó al asesino hasta la puerta. Antes de salir, éste giró la cabeza y le dirigió una mirada indescifrable.
Marc se volvió a sentar en la silla y se quedó mirando al vacío, aparentemente sin reaccionar. Pero en su mente repasaba meticulosamente lo que acababa de ocurrir, pues en el momento en que ambos habían desaparecido por la puerta su mente analitica e incisiva se había puesto a trabajar frenéticamente para encontrar una explicación.
Marc hizo un esfuerzo por volver a la realidad y salió corriendo de la sala. Debía verlo una vez más, tenía el presentimiento de que había estado a punto de decirle algo antes de que los interrumpiera aquél militar. Recorrió los numerosos pasillos a toda prisa. Iba lo más rápido posible evitando correr, pues no era buena idea armar ningún un escándalo en una base militar. Tras unos cuantos pasillos y escaleras, llegó a la salida donde un soldado le pidió que se identificara y le hizo pasar por un escáner. Superadas aquellas formalidades, Marc por fín alcanzó el límite exterior del recinto justo a tiempo para ver a un hombre alto y delgado que le lanzó una gélida mirada de desprecio antes de entrar en un sedán negro que desapareció al cerrarse el portón. El detective Bolodnikov supo entonces que acababa de ver a la persona responsable de que hubiesen liberado al asesino.
“—¡Que te estoy hablando! —perdió los nervios—. Por si no te has dado cuenta, estás en un buen lío y yo en tu lugar empezaría a hablar cagando leches. Porque…
Lo interrumpió una carcajada del detenido, y las palabras que pronunció a continuación lo dejaron helado.
—No tienes ni idea de lo que está pasando, ¿verdad?”
Era esa voz, exactamente la misma que le había ordenado que no se moviera apenas unos meses antes en aquél apartamento de San Francisco...
De repente la puerta se abrió y entró un hombre vestido de militar. No muy alto, bien afeitado, a pesar de su aparente juventud, inspiraba tanta autoridad que Marc no tuvo duda de que era quién mandaba ahí dentro. Se quedó sentado sin poder creer lo que vino a continuación: el recién llegado se encaminó hacia el interrogado y sin mediar palabra le quitó las esposas. Marc se levantó, incrédulo.
“—¿Quién es usted —preguntó— y que está haciendo?
El militar se giró y clavó en él una mirada fría.
—Soy el que manda aquí, y este hombre es libre de irse.”
Con estas palabras, y ante un Marc anonadado, escoltó al asesino hasta la puerta. Antes de salir, éste giró la cabeza y le dirigió una mirada indescifrable.
Marc se volvió a sentar en la silla y se quedó mirando al vacío, aparentemente sin reaccionar. Pero en su mente repasaba meticulosamente lo que acababa de ocurrir, pues en el momento en que ambos habían desaparecido por la puerta su mente analitica e incisiva se había puesto a trabajar frenéticamente para encontrar una explicación.
Marc hizo un esfuerzo por volver a la realidad y salió corriendo de la sala. Debía verlo una vez más, tenía el presentimiento de que había estado a punto de decirle algo antes de que los interrumpiera aquél militar. Recorrió los numerosos pasillos a toda prisa. Iba lo más rápido posible evitando correr, pues no era buena idea armar ningún un escándalo en una base militar. Tras unos cuantos pasillos y escaleras, llegó a la salida donde un soldado le pidió que se identificara y le hizo pasar por un escáner. Superadas aquellas formalidades, Marc por fín alcanzó el límite exterior del recinto justo a tiempo para ver a un hombre alto y delgado que le lanzó una gélida mirada de desprecio antes de entrar en un sedán negro que desapareció al cerrarse el portón. El detective Bolodnikov supo entonces que acababa de ver a la persona responsable de que hubiesen liberado al asesino.