Bruja
La luz de la luna entraba por la ventana e iluminaba el rostro de la bruja. Era una cara joven, con labios finos y nariz aguileña. Sus ojos se movían con rapidez mientras pasaba, impaciente, las páginas de un enorme libro con tapas de cuero que tenía apoyado sobre las rodillas. La bruja estaba sentada en una butaca vieja y desgastada en una sala pequeña y abarrotada de objetos extraños. De pronto, la bruja pareció encontrar lo que buscaba. Se detuvo en una página, hacia la mitad del libro, y sonrió.
“Por fin! - exclamó”
Alzó los brazos y leyó unas palabras en voz alta en un idioma incomprensible. Cuando terminó, aguardó con un brillo esperanzado en la mirada. Poco a poco, una nube de humo empezó a formarse a unos dos metros de ella, flotando en el aire. La nube fue creciendo lentamente y, cuando parecía que iba a adoptar una forma precisa, se desvaneció sin más.
La bruja, malhumorada, cerró el libro de golpe lo que provocó la aparición de otra nube; de polvo esta vez. La mujer se levantó y fue a encender la luz. La estancia era en realidad el diminuto salón de un modesto apartamento. La butaca donde se había sentado la joven no era sino un sillón de cuero viejo y desgastado. El suelo estaba cubierto por una moqueta de color beis y contaba ya con una infinidad de manchas de orígenes variados, y en algunos casos, desconocidos. En el centro de la pequeña sala, había una mesa de madera apolillada y, encima, el tratado de magia que había estado usando la bruja.
Esta se dejó caer de nuevo en el sillón.
-Nunca lo conseguiré, no valgo para esto, se lamentó, no puedo seguir, es desquiciante!
Se puso a llorar. Entonces, se oyó un maullido que venía de la ventana entreabierta. Un gato blanco y peludo estaba en el alféizar y miraba fíjamente a la mujer que había alzado la vista. El felino saltó ágilmente al suelo y fue hasta los pies de su dueña para frotarse con ellos ronroneando.
-Ya, dijo ella, tu siempre a lo tuyo. Si, ya se que tienes hambre, yo también. Pero no me llega para mucho, sabes?
Fue hacia la cocina y volvió poco después con un bol lleno de comida para gatos.
-Que aproveche! Le dijo al gato mientras este daba buena cuenta de la cena.
Mientras el animal saciaba su hambre, la bruja se sentó otra vez el la butaca y se sumió en sus pensamientos.
“Por fin! - exclamó”
Alzó los brazos y leyó unas palabras en voz alta en un idioma incomprensible. Cuando terminó, aguardó con un brillo esperanzado en la mirada. Poco a poco, una nube de humo empezó a formarse a unos dos metros de ella, flotando en el aire. La nube fue creciendo lentamente y, cuando parecía que iba a adoptar una forma precisa, se desvaneció sin más.
La bruja, malhumorada, cerró el libro de golpe lo que provocó la aparición de otra nube; de polvo esta vez. La mujer se levantó y fue a encender la luz. La estancia era en realidad el diminuto salón de un modesto apartamento. La butaca donde se había sentado la joven no era sino un sillón de cuero viejo y desgastado. El suelo estaba cubierto por una moqueta de color beis y contaba ya con una infinidad de manchas de orígenes variados, y en algunos casos, desconocidos. En el centro de la pequeña sala, había una mesa de madera apolillada y, encima, el tratado de magia que había estado usando la bruja.
Esta se dejó caer de nuevo en el sillón.
-Nunca lo conseguiré, no valgo para esto, se lamentó, no puedo seguir, es desquiciante!
Se puso a llorar. Entonces, se oyó un maullido que venía de la ventana entreabierta. Un gato blanco y peludo estaba en el alféizar y miraba fíjamente a la mujer que había alzado la vista. El felino saltó ágilmente al suelo y fue hasta los pies de su dueña para frotarse con ellos ronroneando.
-Ya, dijo ella, tu siempre a lo tuyo. Si, ya se que tienes hambre, yo también. Pero no me llega para mucho, sabes?
Fue hacia la cocina y volvió poco después con un bol lleno de comida para gatos.
-Que aproveche! Le dijo al gato mientras este daba buena cuenta de la cena.
Mientras el animal saciaba su hambre, la bruja se sentó otra vez el la butaca y se sumió en sus pensamientos.