Asesinato en el bosque
Una cálida noche de verano, al borde de un estanque en un pequeño claro del bosque, una niña pequeña miraba las negras aguas en cuya superficie se veía el reflejo de la luna llena otorgando un aspecto fantasmagórico al claro. La pequeña había acudido allí porque no conseguía dormir. Había salido de su habitación, recorrido los largos pasillos de la mansión de sus padres y habia salido al jardín por una puerta trasera. Había acudido entonces a su estanque en el corazón del bosque, al que iba siempre que quería estar sola y tener la impresión de que podía eludir sus responsabilidades. Con solo 9 años, la pequeña recibía ya una estricta educación y muchas veces sentía que no encajaba en el papel que sus padres se empeñaban en que asumiera.
La niña observaba las aguas del lago asombrada por la belleza del mágico espectáculo. No había levantado la vista un solo instante, pero de haberlo hecho, habría visto la sombra que se ocultaba entre las ramas acechandola y esperando el momento propicio para abalanzarse sobre ella. De pronto, la sombra vio una oportunidad. La niña se había puesto de pie, había dado media vuelta y se había acercado al borde del claro con intención de volver a su casa. Cuando pasó por debajo del arbol donde se encontraba el hombre que iba a terminar con su vida, éste calculó la distancia y de dispuso a saltar. Sería coser y cantar, aterrizaría tras ella sin hacer ruido, se acercaría por detrás y le rompería el cuello. La niña moriría en el acto, antes incluso de darse cuenta de lo que sucedía, pero en caso de que tuviera tiempo de gritar, la maleza y los arboles ahogarían el sonido de su voz y nadie la oiría.
Cuando llegó el momento, el asesino se dejó caer del arbol y se acercó a la muchacha por detrás. La niña no parecía sospechar nada, sus pies descalzos caminaban con ligereza sobre el suave musgo y su vestido de lino blanco ondeaba tras ella. El asesino se detuvo a pocos centímetros de su víctima y, en un abrir y cerrar de ojos, acabó el trabajo.
La niña observaba las aguas del lago asombrada por la belleza del mágico espectáculo. No había levantado la vista un solo instante, pero de haberlo hecho, habría visto la sombra que se ocultaba entre las ramas acechandola y esperando el momento propicio para abalanzarse sobre ella. De pronto, la sombra vio una oportunidad. La niña se había puesto de pie, había dado media vuelta y se había acercado al borde del claro con intención de volver a su casa. Cuando pasó por debajo del arbol donde se encontraba el hombre que iba a terminar con su vida, éste calculó la distancia y de dispuso a saltar. Sería coser y cantar, aterrizaría tras ella sin hacer ruido, se acercaría por detrás y le rompería el cuello. La niña moriría en el acto, antes incluso de darse cuenta de lo que sucedía, pero en caso de que tuviera tiempo de gritar, la maleza y los arboles ahogarían el sonido de su voz y nadie la oiría.
Cuando llegó el momento, el asesino se dejó caer del arbol y se acercó a la muchacha por detrás. La niña no parecía sospechar nada, sus pies descalzos caminaban con ligereza sobre el suave musgo y su vestido de lino blanco ondeaba tras ella. El asesino se detuvo a pocos centímetros de su víctima y, en un abrir y cerrar de ojos, acabó el trabajo.